lunes, 28 de junio de 2010

Al meus companys

Estimats companys. Ja vos he dit a la platja que parlar no és el meu fort i que m'exprese molt millor escrivint. Hi ha més temps per a pensar i pots trobar amb més tranquilitat les paraules que signifiquen exactament el que vols dir. No vull que vos preneu estes paraules com a despedida sinò que siguen la constatació d'un moment. Un lloc on tornar quan vulguem, sempre que ens apetixca.
Durant 9 mesos heu aconseguit que el fet d'anar a treballar fora molt fàcil de portar. A la sala de mestres sempre hi havia alguna cosa de què parlar, algú amb qui riure i, sobre tot algun dibuix que retallar (la plastificadora també vos tirarà de menys). El companyerisme ha dominat en tot moment fins a tal punt que alguns han tocat, encara que siga amb la punta dels dits, el terreny de l'amistat i uns altres directament l'hem abraçat. Pense que tot açò ha sigut de veres i que no ha sigut una espècie de "Gran Hermano" perquè hem quedat junts fora de l'escola prou vegades, quan ningú ens obligava a fer-ho.
A més, la història d'aquest any no s'ha quedat tancada, encara quedem moltes incògnites que resoldre, molts misteris sense descobrir, i si no, mireu:
Ens queda per saber si Maripepa aprovarà les opos, si Clara D. i jo firmarem l'escritura o ixirem correns per la porta de la notaria, les aventures de Clara V. i María per Ibissa (quina por), descobrir la extensió del Duquesado de Balones (piscina inclosa) i banyar-nos a la piscina de David. Sentir cantar els Maldita Nerea, fer-nos quatre o cinc mentiretes en Glòria, vore a Clara D. beure amb palleta, fer la Banyà de la Torre, saber si Clara vindrà en "uno" de Manchester... En fi, que açò no pot haver acabat ací.
Així és que de moment, jo em negue a dir-vos adeu. Ho deixe en "fins prompte". I si al final resulta impossible que ens tornem a vore tots junts, el que hem fet enguany no ens ho lleva ningú.
Un abraç a tots, i com he dit, fins promte.

domingo, 20 de junio de 2010

El salto

Según el diccionario, saltar es levantarse de una superficie con un impulso para caer en el mismo lugar o en otro. Este hecho, aplicado al movimiento físico de transladarse de un lugar a otro, parece sencillo y no entraña ningún misterio. A no ser que se tenga alguna discapacidad física, todo el mundo puede saltar. No ocurre lo mismo cuando aplicamos "el salto" a algunos momentos de nuestra vida.
Saltar supone abandonar, aunque sea por unas décimas de segundo, la tierra firme. Este hecho, trasladado a nuestra situación personal supone abandonar la seguridad del momento que estamos viviendo, el cual, más o menos dominamos y en el que nos sentimos cómodos porque nos es conocido. Saltar es un acto de valentía ya que casi nunca sabemos lo que nos espera después.
La segunda parte del salto es el tiempo que pasamos en el aire. Allí debemos mantener el equilibrio y nos será más fácil o menos dependiendo de cómo hayamos iniciado el salto. Por tanto, es muy importante que el impulso sea el adecuado y que se haya dado con decisión. Pobres de aquellos que den el salto sin estar plenamente decididos.
La última parte de nuestro movimiento es el aterrizaje. Quizá es la parte más decisiva. Lo ideal es aterrizar con los dos pies y flexionar las rodillas, agarrarse bien al suelo e intentar no caer. Una vez allí, hay que disfrutar de nuestra osadía, convertir nuestra nueva situación en la mejor posible. Pensar que no es ni mejor ni peor que la que teníamos anteriormente sino simplemente diferente. Intentar añorar la anterior lo menos posible, aunque nuestra posición al principio parezca peor que la anterior. No volver hacia atrás, porque los saltos hacia atrás en la vida son difíciles y raramente salen bien. Y sobre todo, descansar bien las piernas porque en cualquier momento podríamos necesitar volver a saltar.
En un breve periodo de tiempo, voy a dar un par de estos saltos y sé que mucha gente que me rodea también está a punto de dar sus propios saltos (algunos parecen auténticas ranas...). Muchas personas me acompañarán, algunas se quedarán y otras vendrán más tarde. Deseadme suerte. ¡¿Quién se viene?! ¡¡Hop!!

domingo, 13 de junio de 2010

Un viaje diferente

Durante este último mes y medio he estado viajando. Es por eso que mi presencia en el blog ha sido escasa, casi nula. Ya se sabe, no se puede estar en dos sitios al mismo tiempo. Aunque, a veces, casi lo he conseguido.
Mis pasos me han llevado de oeste a este, desde la decidida Portugal, a la tradicional China. Desde la fría Noruega hasta el cabo de Magallanes. Por tierra y por mar. A través de ríos, montañas, desiertos y la desamparada estepa. He luchado codo con codo con Ricardo Corazón de León contra el audaz Saladino. He viajado con los venecianos por la Ruta de la Seda. He sufrido el hambre, la peste y la guerra al igual que todos los campesinos de Europa.
Pero también he disfrutado de obras de arte maravillosas. He visto terminar, por fin, tras más de tres siglos esa maravilla que es la basílica de San Pedro y su entorno. He cruzado junto a Luis XIV la Sala de los Espejos de Versalles al amanecer, justo cuando el sol empieza a salir y se cuela por las ventanas, reflejándose en enormes espejos e iluminando el techo decorado con frescos sobre los grandes hechos del monarca. He visto a Apolo perseguir a Dafne enloquecido de amor mientras ella se transformaba en laurel ante sus sorprendidos ojos. He entrado en las tabernas de Italia y Holanda donde Caravaggio pintaba a unos hombres jugando a las cartas y Hals retrataba a pobres indigentes, alegres bebedores y seductoras prostitutas. Me he sentado junto a Fragonard en un jardín a admirar como los jovenes galantes requiebran a las damas y me he tomado un capuccino en Venecia mientras Canaletto inmortalizaba el Gran Canal y la iglesia de Santa María de la Salud.
Ya de vuelta a España me he tomado unas cañas en la Plaza Mayor de Madrid, me he conmovido ante la imagen de la Magdalena Penitente en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid y he saludado a Velázquez quien me ha sonreído, desde detrás de un enorme lienzo, mientras la infanta hablaba con sus meninas y un enano bufón le daba una patada a un tranquilo mastín. El final de mi viaje, como no podía ser de otra forma, ha sido frente a la fachada del Obradoiro de la catedral de Santiago. Donde se acaba un camino y empiezan todos los demás.
El viaje ha sido fatigoso y, en algún momento, he tenido ganas de abandonarlo. Sin embargo, tras recordar todo lo que he vivido y aprendido, puedo decir sin miedo a equivocarme, que ha valido la pena.