jueves, 29 de julio de 2010

El centro de la isla: Mdina, Rabat y Mosta (I)

Los árabes dividieron la ciudad romana de Melita en dos partes: Mdina y Rabat. Estas ciudades están situadas sobre una cresta desde donde se domina toda la isla y el mar que la rodea, por lo que es un excelente punto de vigilancia. En época medieval algunas órdenes se establecieron fuera de las murallas de Mdina, haciendo crecer Rabat y, tras la fundación de La Valletta estas órdenes decidieron trasladarse a un lugar más cercano al mar. Este hecho produjo la disminución de población de Mdina, recibiendo el nombre de la Ciudad del Silencio.

Allí quedaron las familias aristocráticas viviendo en sus palacios que han llegado hasta hoy, como el Palacio de Vilhena. Sin embargo, Mdina no quedó del todo abandonada por las órdenes. Cerca de allí, en el Buskett (literalmente bosquecito) establecieron los Grandes Maestres de la orden un pabellón de caza y de retiro que hoy en día, es también la residencia oficial del Primer Ministro maltés.

En 1693 un pavoroso terremoto destruyó gran parte de la ciudad. El desastre afectó más profundamente a una parte de la ciudad que a otra, hasta el punto de que hay una calle en la que una casa es de estilo barroco (reconstruida tras la catástrofe) y la de al lado conserva su estilo gótico (anterior al temblor). Debido a este hecho, Mdina conserva una parte de la anterior ciudad medieval.

El mayor encanto que nos muestra Mdina consiste en dejar llevar nuestros pasos a través de las estrechas y zigzagueantes calles. Deslizar nuestra mirada por las paredes de piedra, deteniéndonos en las rejas de hierro forjado, en los ventanales góticos con rosetones y en los coloridos balcones cubiertos de celosías y adornados con flores. Sorprendiéndonos a cada momento con encantadores portales y bellísimos rincones escondidos tras las esquinas.

martes, 13 de julio de 2010

Un día perfecto en La Valletta

La Republic Avenue hierve de vida desde primeras horas de la mañana con gente que va y viene de las tiendas, cafeterías, iglesias y edificios oficiales. Al poco de caminar encontramos la Plaza de San Gwan y la catedral del mismo nombre que bajo su precioso techo esconde un tesoro pintado por Caravaggio hace ya cuatro siglos. Tras la catedral, otro pintor, esta vez maltés, nos enseña sus cuadros de barcos, catedrales y rincones floridos. Nuestros pasos siguen la cuesta abajo que nos lleva a la fortaleza de San Telmo entre puestos de fruta, santos en las esquinas de los edificios y bajo la sombra que proyectan los balcones cubiertos por celosías.
Una vez en San Telmo, subimos al monumento de las Campanas del Sitio de Malta. Desde allí, a través de la bahía, podemos imaginar como llegaron a la isla las distintas civilizaciones que pasaron por este centro del Mediterráneo: fenicios, cartagineses, romanos, turcos, españoles, ingleses... Un poco más al este, los Barraca Gardens ejercen de balcón encarado a la bahía y desde ellos podemos ver las llamadas Tres Ciudades: Sanglea, Conspicua y Vittoriosa. De regreso por esa lengua de tierra adentrada en la bahía que es La Valletta, comemos en un restaurante maltés. Nuestra boca se llena del fuerte sabor del queso, la acidez del vinagre, la mezcla de aromas de las especias y la tibieza de un buen vino tinto. Ascendiendo ahora las calles, nuestro caminar se ralentiza a causa de las notas de un piano que se escapan desde las ventanas abiertas del Teatro Manoel. Y es necesario parar, referscarse en una terraza junto a la catedral y ver pasar a la gente.
Cuando cae la noche, un sonido de guitarra nos atrae a South Street. Allí, la esquina con Strait St. se convierte en un rincón bohemio con coloridos cuadros en la fachada de un pub y la música de un dueto que canta baladas de pop inglés. Después, con paso ya cansado, volvemos a las puertas de la ciudad custodiadas por los tritones. Guardianes incansables que dan la bienvenida y despiden desde su rendonda fuente a quien decide visitar la Ciudad de los Caballeros.

lunes, 12 de julio de 2010

Ganaron los buenos


El mundo entero estaba pegado a la televisión, los seguidores holandeses animaban a su selección y los españoles a "La Roja". El resto del planeta debía elegir con quien iba y, a los pocos minutos, el comportamiento en el terreno de juego de los Oranje se lo puso fácil. Iban con España. A partir de ahí el encuentro se convirtió en una película de buenos y de villanos. Holanda se ganó el papel de villano gracias a un juego violentísimo como hace tiempo que no se veía. Si ya es triste perder una final, más triste es hacerlo de la forma en que lo hicieron los holandeses. Los nuestros aguantaban como podían las embestidas del rival haciendo lo que mejor saben, jugar al fútbol.
A punto estuvo el villano de acabar con el héroe, pero como siempre un pie o una mano salvadora le sacaba del problema. Por una vez, la justicia se erigió sobre el campo y dio un golpe de autoridad de mano del más bueno de todos, tanto en el campo como fuera de él. Iniesta envió el balón a la red, tumbó al villano y se acordó de los compañeros caídos. El final de esta historia no puede ser más cinematográfico. Casillas, entrevistado por su novia Sara, no se pudo aguantar y la besó en directo delante de las cámaras de Telecinco. La periodista había sido señalada como la causante de algunos de los últimos errores del portero de la selección.
Al final, el villano durmió entre rejas, el prota se llevó a la chica y los demás nos fuimos a celebrarlo con la reconfortante sensación de que esta vez, en la vida real, habían ganado los buenos. THE END.