lunes, 29 de abril de 2013

La sonrisa de la hiena

Vamos a pensar que sólo fue un accidente. Que el conductor sufrió un desvanecimiento y no frenó o que tuvo un despiste. Que el tren tomó la curva realmente al doble de velocidad de la permitida. Que la comisión de investigación buscó concienzudamente las causas del accidente. Que todo el mundo que pudiese tener alguna responsabilidad actuó como debía, que todas las normas de seguridad se cumplieron correctamente y que las vías y el tren estaban como nuevos. Que no se extorsionó a nadie para evitar que alguien hiciese declaraciones incómodas. Que todo eso fue posible en España, en la Comunidad Valenciana.
Eso supondría que las víctimas de ese accidente, movidas por una furia vengativa, estarían intentando encontrar desesperadamente un chivo espiatorio en la persona de los gobernantes y responsables del metro de aquel día. Con la intención de sacar dinero o simplemente de hacer caer como sea a aquellos que ellos creen responsables de las muertes de sus seres queridos. Podría ser.
Entonces ves las imágenes. Las de las víctimas son imágenes personas que han aprendido a serenarse, a hablar de aquel día sin llorar; apoyados en indicios que crean al menos una duda razonable, piden que se reabra el caso y que se investigue de nuevo. Las imágenes de los responsables, inexistentes. Nadie está disponible, todo el mundo está ocupado, se acaban de ausentar en ese momento, están reunidos... Y cuando les asaltan por la calle, enfocados por las cámaras, sin un guión preparado, la imagen es patética. La mirada en la lejanía buscando una vía de escape, los monosílabos y la sonrisa... ¿Quién puede poner una sonrisa delante de una cámara cuando le están hablando de muertos? Solo aquellas personas que han perdido los últimos escrúpulos que le quedaban intentando salvar su pellejo, aquellos que para ponerse a salvo pisotean a los que caen delante de ellos, a los que apartan a mujeres y niños del bote salvavidas para evitar el naufragio, a los políticos indecentes que creían haber lavado sus conciencias los domingos por la mañana. A las hienas, que abandonan el cadaver de la gacela, triunfadoras tras haberle robado el bocado a la valiente y noble leona.
Entonces apagas la tele y dices: vamos a pensar que no fue un accidente...

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