martes, 17 de junio de 2008

La cajera y el anciano


Eran las siete y cuarto de la tarde y nos habíamos sentado en una cafetería junto a las Torres de Serrano, en el centro de Valencia. Ella, una mujer sudamericana de treinta y tantos años, vestida todavía con el uniforme de cajera del supermercado, se había sentado en la mesa de enfrente a tomarse un café con leche. Él, un hombre que rondaba los ochenta y que se apoyaba en su bastón, trataba de sentarse en la misma mesa, pero, al intentarlo la silla se le deslizaba hacia atrás. Con un simple gesto, ella le ayudó a sentarse. Después de darle las gracias muy educadamente, el señor comenzó a entablar una conversación con su compañera de mesa. Otra persona se hubiese sentido incómoda o molesta, pero ella, a pesar de que seguramente estaría cansada después de su jornada laboral y de tratar con gente educada y otra no tanto (o tal vez por eso), escuchaba al caballero. Y se notaba que le escuchaba porque las veces que ella participaba en la conversación lo hacía al hilo de lo que el anciano le contaba. En un momento dado, el señor sacó unas fotos de su bolsillo y se las mostró a la mujer. "Era muy guapa" le contestó ella mirando las instantáneas. A los pocos minutos ambos abandonaron el local mientras nosotros acabábamos nuestra merienda.
Siempre he admirado a este tipo de personas. Gente que, sin hacer nada del otro mundo, sin propónerselo siquiera y sin que haya ninguna razón aparente, están dispuestas a escuchar o ayudar a cualquiera. Y de todas ellas me merecen más respeto todavía las que ejercen su don con las personas mayores. En un mundo el que vivimos en el que todo va demasiado deprisa, en el que no tenemos tiempo de pararnos para ver lo que le ocurre a la gente que tenemos alrededor, las personas que más sufren este abandono son nuestros mayores. Personas que, a simple vista, ya han hecho todo lo que tenían que hacer en la vida, pero que a poco que los escuches o leas un poco en su mirada, te pueden enseñar todavía lecciones valiosísimas. Además, después de dedicarles un poco de tu tiempo, siempre tienes la recompensa de ver en sus rostros el agradecimiento que te hayas acordado de ellos, que los hayas escuchado, que los hayas atendido. Y cuando te das cuenta tienes ante ti a una persona feliz y que de un modo u otro te tiene un cariño especial sólo por el momento que les has regalado. Y tú casi sin darte cuenta eres un poco mejor persona y te sientes más querido en tu interior.
En tan poco tiempo. Con tan poco.

1 comentario:

Pauet dijo...

Este "Docte-Caguerot" que t'has fet d'amic vol deixar un comentari d'això..., de Docte:
S'ha de dir La Porta dels Serrans, no les torres de Serrano... perquè és la porta de l'antiga muralla de València que mira cap a les comarques anomenades de "la Serrania"(nord-oest, més o menys)...
I dita aquesta repugnant perorata històrico-fallera, ara el que realment volia dir...:
Que has escrit un article que m'ha arribat ben a dins i que mirar la fauna ibèrica com sembla que miraves el vell i la caixera, parla d'uns ulls plens de valors grans i fons... Enhorabona i salut.