jueves, 1 de enero de 2009

Naguib


Naguib vuelve cabizbajo a su casa, atravesando con paso cansado las estrechas calles de la antigua medina. Más que cansado, parece abatido. Arrastra los pies. En sus manos lleva un pliego de papeles que se tiene que contener para no estrujar. Al pasar junto a uno de los mendigos que abarrotan los portales de los callejones, uno de los papeles cae al suelo. El mendigo lo recoge y lo lee.
- Escribes muy bien joven- dice el anciano.
- Gracias, pero no lo suficiente- contesta Naguib.
- Y dime, ¿qué es lo que pretendes conseguir con tus palabras?
- Que mi amada me quiera- a Naguib le brillan los ojos y el resto de papeles que lleva en la mano es ya un manojo.
- Pero, ¿está el corazón de tu amada preparado para recibir tus palabras?
- ¿A qué se refiere?
- Es posible que el corazón de tu amada esté corrompido por el ansia de poder y de dinero y no dé ninguna importancia a palabras que no sean "oro" o "diamante"; puede ser que el corazón de tu amada no le pertenezca porque se lo haya entregado a otro hombre, y por tanto tus palabras sólo encuentran el vacío; quizá el corazón de tu amada sea demasiado joven, y se ahogue o abrume con tus palabras. Tal vez debas buscar un corazón en el que quepan tus palabras- le explica el vagabundo.
Naguib regresa a casa pensando en las palabras del viejo que, sorprendentemente, mucha razón llevan. Algunos meses más tarde Naguib conoce a una muchacha e intenta explorar en su alma. En los atardeceres su pluma se desliza veloz y escribe los versos más bonitos que su ingenio y su destreza pueden alumbrar. El corazón de Yasmin se llena de las palabras de Naguib como lo hace un cántaro con el agua fresca que brota de la fuente y así, una noche de brillante y clara luna, Yasmin derrama su agua en los sedientos labios de Naguib.
El muchacho, a la mañana siguiente, corre por las estrechas callejuelas de la antigua medina hacia el lugar donde se hallaba al anciano que, al menos para él, se había convertido en un sabio. Naguib es un chico agradecido, y quiere darle las gracias al hombre que le ha ayudado tanto. Pero, al llegar al lugar dónde el vagabundo leyó las inútiles palabras de su carta, no lo halló allí sentado. En su lugar, inundando la vieja calle con su aroma, había crecido un jazminero.

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