Mi barco ha quedado a la deriva tras una inesperada tormenta. Las nubes tapan las estrellas, el mar queda en calma y yo me encuentro perdido en el inmenso océano, con la oscuridad sobre mi cabeza. Sin rumbo. La tristeza empieza a entrar en mi corazón, como la humedad entra en los huesos y deja helada el alma.
De pronto la tenue luz de un faro aparece en el horizonte. ¿Será un espejismo?. Nada tengo que perder. Dirijo la proa de mi barco hacia la luz y observo que cada vez es más nítida y clara. No, parece que no es un espejismo, así que despliego las velas y mi barco avanza rápido sobre las olas.
Entonces, una duda me asalta. Quizá hay algo antes del faro, tal vez un islote o una roca. Sin embargo, ¿qué puedo hacer? Mi salvación depende de alcanzar la luz de aquel faro, aunque puede que deba dar un giro y esperar a que amanezca, pero ¿y si viene otra tormenta?
Decido dirigirme al faro y, al tiempo que avanzo intuyo una brisa que me acerca a él. Por mi estómago se pasea el miedo. El miedo a estrellarme con la roca, o a que el faro se apague. Pero aunque éste se apague, al menos sabré qué dirección he de seguir, y aunque naufrague lo haré persiguiendo lo que anhelaba.
Y, ¿quién sabe?, a lo mejor en cuanto amanezca pueda ver la costa. El lugar dónde atracar mi barco y descansar en su regazo hasta que vuelva a partir, o tal vez quedarme allí en la seguridad de la tierra y no volver a navegar.
Así que, si antes navegaba triste y sin rumbo, ahora lo hago decidido y con la bodega repleta de esperanza. Y esto si a alguien se lo debo es a ti.
...para mi luz en la noche, que nunca se apague.
1 comentario:
Me encanta como escribes...un millón de gracias
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