Esta vez lo han hecho de forma sibilina. Intentando no despertar sospechas. Mintiendo y utilizando a otras personas para aliviarles el trance. Sin dar la cara. Como aquel miserable Danglars, vecino de Edmon Dantés en El conde de Montecristo. Como los cobardes.
Quieren dar al traste con nuestras ideas, nuestros proyectos y nuestras ilusiones. Nos quieren encerrar en el Castillo de If de los recortes, las bajadas de sueldo, las supresiones, las aulas masificadas, el paro y los viajes aquí y allá como maestros ambulantes. Y al parecer, lo están consiguiendo. Ya nos invade la desesperación. ¿Cuándo volveré a poder concretar mis conocimientos en mi idea de lo que es una escuela? ¿Cuándo podré atender individualmente a los niños y niñas que necesitan de más atención? ¿Cuándo volveré a trabajar? ¿Cuándo dejaré de ir de colegio en colegio cada 15 días? Los muros de piedra que se levantan ante nuestra vista nos hacen pensar que no hay salida posible.
Sin embargo, toda prisión tiene sus grietas y el prisionero tiene todo el tiempo del mundo para ingeniar su fuga. Así que nosotros también acabaremos huyendo. Nuestra vocación de maestros nos ayudará a salir intactos de la oscura mazmorra a la que hoy nos llevan. Una vez fuera, y no sin esfuerzo navegaremos sin rumbo hasta encontrar una isla-escuela donde resurgir. Allí nos aguarda un magnífico y deslumbrante tesoro escondido. Una gruta repleta de diamantes en bruto que son los niños y las niñas. Diamantes en bruto que con nuestra dedicación y trabajo, y por encima de gobernantes analfabetos y avaros que cambian educación por dinero, se convertirán en las armas de nuestra venganza. Niños y niñas que cuando se conviertan en adultos acabarán con tanta mediocridad y estupidez. Algunos pensaréis que soy un iluso y que confío demasiado en ellos. Los politicos no apuestan por ellos y algunos padres tampoco, así que solo les quedamos nosotros. Soy maestro y mi trabajo no tiene sentido si no creo en ellos. Alguien tiene que hacerlo.
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