lunes, 19 de marzo de 2012

Esencia fallera


A estas alturas de la feria, todo el mundo conoce ya el origen y la simbología de las fallas. Sin embargo, puede ser que os pase como a mi, que de pura rutina que se repite año tras año, de mediodías viendo la "mascletà" por la tele y de alguna que otra ingesta excesiva de alcohol durante las mismas, llevéis mucho tiempo sin preguntaros. ¿Por qué tanta gente se ve atraída por esta fiesta y acude en masa, tanto en Valencia como en los pueblos, a la "cremà"? Pues esta mañana, después de algunos años me lo he preguntado y esto es lo que se me ocurre responder.
Para mi, lo que atrae de cualquier fiesta (y yo diría que de cualquier cosa en la vida) hay que buscarlo en la esencia. Es decir, en lo que provoca en nosotros después de haberle quitado el envoltorio. Así que arranquemos de cuajo mantillas con puntilla, bordados de oro, toneladas de pólvora e incluso barnices, pinturas y esculturas. Nuestro cuerpo, en realidad, reacciona ante el fin del crudo invierno y el despertar de la primavera. Saluda al primer sol que pica, que nos hace sonrojar las mejillas y nos hace salir en mangas de camisa, liberándonos de ropas gruesas que nos dificultan la vida y el movimiento. Nuestro espíritu deja de hibernar y sale a la calle a respirar la nueva vida que anuncian árboles, flores y animales y a dar gracias: unos a Dios con sus ofrendas, otros a la naturaleza, cuidando de ella. Y al llegar la noche nos unimos junto al fuego, símbolo de aquello que nos ha mantenido con vida, anuncio de aquello que despierta y se alborota por nuestras venas; final del letargo que lejos ya queda.

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