Vamos a pensar que sólo fue un accidente. Que el conductor sufrió un
desvanecimiento y no frenó o que tuvo un despiste. Que el tren tomó la
curva realmente al doble de velocidad de la permitida. Que la comisión
de investigación buscó concienzudamente las causas del accidente. Que
todo el mundo que pudiese tener alguna responsabilidad actuó como debía,
que todas las normas de seguridad se cumplieron correctamente y que las
vías y el tren estaban como nuevos. Que no se extorsionó a nadie para
evitar que alguien hiciese declaraciones incómodas. Que todo eso fue posible en España,
en la Comunidad Valenciana.
Eso supondría que las víctimas de
ese accidente, movidas por una furia vengativa, estarían intentando
encontrar desesperadamente un chivo espiatorio en la persona de los
gobernantes y responsables del metro de aquel día. Con la intención de
sacar dinero o simplemente de hacer caer como sea a aquellos que ellos
creen responsables de las muertes de sus seres queridos. Podría ser.
Entonces
ves las imágenes. Las de las víctimas son imágenes personas que han
aprendido a serenarse, a hablar de aquel día sin llorar; apoyados en
indicios que crean al menos una duda razonable, piden que se reabra el
caso y que se investigue de nuevo. Las imágenes de los responsables,
inexistentes. Nadie está disponible, todo el mundo está ocupado, se
acaban de ausentar en ese momento, están reunidos... Y cuando les
asaltan por la calle, enfocados por las cámaras, sin un guión preparado,
la imagen es patética. La mirada en la lejanía buscando una vía de
escape, los monosílabos y la sonrisa... ¿Quién puede poner una sonrisa
delante de una cámara cuando le están hablando de muertos? Solo aquellas
personas que han perdido los últimos escrúpulos que le quedaban
intentando salvar su pellejo, aquellos que para ponerse a salvo pisotean
a los que caen delante de ellos, a los que apartan a mujeres y niños
del bote salvavidas para evitar el naufragio, a los políticos indecentes
que creían haber lavado sus conciencias los domingos por la mañana. A
las hienas, que abandonan el cadaver de la gacela, triunfadoras tras
haberle robado el bocado a la valiente y noble leona.
Entonces apagas la tele y dices: vamos a pensar que no fue un accidente...
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