domingo, 13 de septiembre de 2009

Shinto: El camino de los Dioses

Cuando Yoko pasa por debajo de los robustos troncos de cedro, que forman el tori que hace de puerta de entrada al recinto de la ermita, siente como su alma queda purificada, quedando libre de la contaminación a la que a veces se ve sometida, aún en personas tan inocentes como ella. Sus pausados pasos hacen crujir suavemente la húmeda tierra bajo sus pies, mientras se acerca a la pequeña capilla situada en el centro de un bosque.
Antes de subir los escalones que la llevarán hacia el decorado altar, se detiene ante una fuente dónde, esta vez, se librará de las impurezas físicas antes de entrar al recinto. Así pues, valiéndose de un pequeño cazo con el mango de madera y el recipiente de latón, recoge el limpo y fresco agua que sale de las fauces de un dragón de hierro. Primero limpia su mano izquierda, después la derecha y, acto seguido vierte un poco del vital líquido en su mano para llevárselo a la boca completando así el ritual de pureza. Ahora ya está lista.
Poco a poco asciende las escaleras que la llevan frente al altar. Allí cuelga del techo una gruesa y pesada cuerda trenzada que sirve para tocar una campana. La agarra con sus dos delicadas manos y la agita hasta hacerla sonar. Ahora los dioses ya están despiertos y atententos para oir sus ruegos. En primer lugar hace dos reverencias frente al altar y después da dos fuertes palmadas. Sus manos quedan juntas para comenzar con su súplica.
Mientras realiza sus peticiones, Yoko puede sentir la presencia de todos los "kami" que residen en las cosas que le rodean ya sean vivientes o no. Los animales en los árboles que rodean la ermita, las hojas, raíces, piedras, rocas, estatuas, el agua, el sol, las gotas de lluvia que todavía cuelgan de los alerones del templo, la suave brisa que agita las ramas de los árboles, el fuego de las lámparas que iluminan el altar... Todos tienen su kami, que se pone en marcha para satisfacer los ruegos de Yoko. Después, la joven completa el ritual con otra reverencia.
Poco a poco desciende los escalones con ánimos renovados. Espera que los dioses sean buenos y que le concedan sus deseos. Poco a poco, envuelta en los frescos olores del bosque que le rodea, se aleja con el alma limpia y renovada de buenos augurios.

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